La atención de más de 10 millones de dominicanos está concentrada ahora en proteger sus vidas del coronavirus, y en cada vecindad de sectores residenciales y suburbanos, los componentes de estamentos sociales pobres, clase media y ricos han asumido esta situación como una prioridad existencial.
Pero mientras esta juiciosa decision tiene efecto, en el centro y ámbitos periféricos de nuestro más lejano vecino, Haití, situado a 225 kilómetros y un alcance imaginario de 6 horas 34 minutos vía terrestre, el gobierno tiene un presagio nefasto para su población.
Habiendo poca confianza en los reportes oficiales sobre la evolución del problema, hasta ahora sin la primera víctima mortal por el virus, solo infectados, aunque bajo susurro oficial parece que algo terrible se espera y teme reviente allí en cualquier momento, dejando una brecha a la posibilidad de que se convierta en un evento perturbador.
Ante la gravedad del problema, el Gobierno del presidente Jovenel Moïse dispuso, desde mañana, viernes, el cierre de escuelas, centros de formación profesional y universidades, y entrará en vigor un toque de queda total, desde las 8 de la noche hasta las 5 de la mañana.
La crisis creada durante años en los centros hospitalarios locales por la enorme masa de migrantes haitianas parturientas, empujadas por el colapso de las instalaciones sanitarias de Haití, lleva a figurarse un escenario con decenas de miles de haitianos infectados por el brote de coronavirus, sin alcance a pruebas de laboratorio ni atención inmediata, con su ruta de salvación hacía el este, por donde ha rodado siempre su destino en tiempos de turbulencias políticas o catástrofes naturales.
Lo de las parturientas es un ejemplo sólido, recordando que estadísticas arrojaron que más de 10 mil haitianas dieron a luz aquí durante los primeros siete meses de 2019, y siguen haciéndolo, porque la falta de servicios hospitalarios y médicos no les dejó más opción que “mirar para este lado”.
Guillermo Pérez, Listin Diario
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