miércoles, 29 de agosto de 2018

Artículo Invitado: Bajándose del Tigre

EDUARDO SANZ LOVATÓN
 
Enero de 1960, John F. Kennedy juraba como el presidente número 35 de los Estados Unidos de América.
 El mundo vivía momentos tensos por la guerra fría entre las potencias nucleares que se disputaban la primacía de sus ideologías contrapuestas. La Unión Soviética (URSS) con sus ideales comunistas y socialistas y los Estados Unidos con sus teorías del libre mercado y el capitalismo.
 Con ese telón de fondo de un posible enfrentamiento, el Presidente Kennedy en su discurso inaugural usa la frase: -Los que se montan en la espalda de un tigre para disfrutar de su poder, deben tener muy en cuenta que no terminen dentro de ese mismo tigre-. 
Esa analogía usada como mensaje para los que se amparaban en poderes autocráticos para avanzar sus intereses políticos, se convirtió en la literatura política en una advertencia general a todo el que usa de un poder corrupto para mantenerse encima o en control de un Estado u organización.
 En este símil el tigre es la fuerza corrupta que permite a su jinete seguir navegando los hilos del poder. Esa situación se ha hecho frecuente en sociedades y países donde no existe una fibra institucional que sirva de freno a los desmanes de los detentadores del poder.
La República Dominicana, como antes ha pasado en otros países de la región, vive una de esas situaciones.
 El Partido de la Liberación Dominicana (PLD) acumula tanto poder institucional y lo ha hecho durante tanto tiempo que está montando encima de un verdadero tigre en su ejercicio del poder. 
 Este animal feroz al que nos referimos es aquel donde se han roto hilos de gobernabilidad institucional, pues en nuestro país no existe una verdadera separación de poderes. La realidad de que el PLD, y más bien su cúpula, tiene una influencia determinante en los órganos diseñados para controlar según nuestra constitución al poder ejecutivo, hace de nuestra presidencia prácticamente una de ribetes monárquicos.
 Esos ribetes absolutistas, todavía revestidos de formalidades democráticas, con partidos de oposición activos y con organismos de la sociedad civil muy desafiantes, son un cultivo peligroso para el clima de sosiego que tiene que tener una sociedad que pretenda perseguir su desarrollo en paz.

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